Como ya os había comentado en el primer post, uno de los proyectos que tenía en mente cuando me presenté a este voluntariado era tratar de hacer una revista con los niños. Al llegar a Battambang nos encontramos con que su nivel de inglés no era suficiente para mantener una mínima conversación sin traductor, algo de esperar, así que simplifiqué el prototipo al máximo y me olvidé de entrar en cuestiones como géneros periodísticos.
Probablemente estéis pensando que los periódicos de verdad no tienen pajitas. Pues no, no las tienen. Usarlas en el prototipo fue claramente una maniobra de despiste para que pareciera que estaba haciendo algo de reciclaje y así poder enseñarle a la gente de agua de Coco el proyecto. Afortunadamente, mi pequeño caballo de Troya dio el pego: a Therout, la manager del proyecto, le encantó la idea, así que el viernes por la tarde fui a la escuela cargada de hojas de periódico, tiras de folio que mis compañeros me ayudaron a recortar y bolsas llenas de pinturas. La mayoría de los chicos del grupo se fueron con Ismael y Poti a jugar al fútbol y yo me quedé al frente de una “redacción” de niñas de entre seis y doce años. Eran las tres de la tarde y hacía calor, así que en vez de ir a una de las aulas corrientes se sentaron en una clase al aire libre dentro del patio de recreo.
Vanna, profesora de inglés y responsable de Comunicación en Agua de Coco Camboya, pasó lista y cuando todas las chicas estuvieron sentadas llegó mi turno. Me puse delante de ellas y, con grandilocuencia, creyéndome poco menos que Charles Foster Kane, dije en inglés:
- ¡Hoy vamos a hacer un periódico!
Vanna tradujo la frase al jemer y las niñas se quedaron igual que estaban.
La falta de entusiasmo se debía a que no sabían lo que era un periódico. En treinta segundos pasé de magnate de la prensa occidental a Buster Keaton, señalando con el dedo los periódicos que había traído conmigo. Las crías seguían mirándome con cara de no entender nada, así que dejé la prensa a un lado y les pasé mi obra de manualidades a medio acabar. Repartimos las tiras de papel y pusimos sobre los pupitres unas bolsas llenas de lápices de colores, ceras, sacapuntas y gomas de borrar que la fundación presta a los niños para que puedan realizar estas actividades.
La ausencia de paredes en esta preciosa aula proporcionaba unas vistas envidiables al verde campo camboyano, pero tenía sus inconvenientes: el viento voló las primeras tiras que repartimos y yo pensé, mientras corría detrás de los papeles, que quizás el marco de fotos no habría sido tan mala idea después de todo. Una vez que todas tuvieron su tira en la mano dejé pasar unos minutos para que ocurriera la magia y no ocurrió absolutamente nada. Estaban paralizadas, como mucho alguna borraba un garabato que había atrevido a dibujar con el lápiz. ¡El temor a la página en blanco! Niñas, no sabéis cuánto os entiendo.
En cuanto vi que una alumna de la primera fila se lanzaba a dibujar unas flores empecé a aplaudir, confiando en que las demás chicas descifrarían el mensaje de que la iniciativa es lo más importante en la prensa, en los negocios y en la vida. Tres minutos después, las alumnas de los siguientes dos bancos también estaban dibujando flores. Por darles alguna idea diferente me puse a dibujar lo primero que me vino a la cabeza, una sandía. Poco a poco y sin demasiada seguridad, el resto se fue animando.
Para que os hagáis una idea, el espacio que ocupaban las frutas y las flores sería el equivalente que en las portadas de los diarios españoles dedican a los artículos sobre la posible formación de gobierno. Con paciencia y nuevas sugerencias, fueron apareciendo ideas diferentes y acabamos teniendo, por ejemplo, columnas con traducciones del jemer al inglés (si queréis saber cómo se escribe poni en idioma camboyano, es vuestra oportunidad) e incluso la historia de un gusano hambriento que después de varios días sin comer se topa con una rama repleta de suculentas hojas.
Agosto en Camboya es temporada de monzones y, por supuesto, aquella tarde el clima no iba a dar tregua ni siquiera en nombre de la libertad de prensa. El viento anunciaba la llegada de la tormenta y los alumnos de otros cursos abandonaban el patio para refugiarse dentro del colegio, pero ellas no se movieron: se quedaron en sus bancos, apretando el lápiz con una mano y sujetando la tira temblorosa con la otra. Os juro que experimenté algo parecido a lo que deben de sentir los generales cuando ven que sus soldados siguen luchando sin protestar después de cuatro días seguidos de batalla.
Cuando se puso a llover de verdad, fuimos a una de las aulas con paredes y terminaron de dibujar a oscuras. Mientras abríamos las contraventanas para que entrase algo de luz, le solté a Vanna:
- ¿Dónde está el interruptor de la luz?
Podría haberme ahorrado la pregunta si hubiera mirado al techo sin bombillas. En la escuela de Wat Roka no hay luz eléctrica.
A medida que las niñas me iban entregando sus columnas se veía que íbamos a tener un periódico con mayor presencia de plantas que de seres humanos, así que le pedí a Vanna que hablara con la persona que mejor dibujase de clase y la convenciera de que pintara una escuela para la portada de nuestro periódico, por aquello de tener un puntito aglutinador institucional entre tanta flor y tanta fruta. A los tres minutos, la artista estaba construyendo el edificio a golpe de regla, tan concentrada que ni se daba cuenta de que sus amigas y yo la rodeábamos con veneración.
Cuando me entregó la cabecera con el nombre de la escuela supe que íbamos a conseguir algo parecido a un periódico y me sentí muy feliz de que lo hubiéramos logrado a la primera. Me volví a la sede de Agua de Coco con el material protegido por un sobre y dejé para el lunes la labor de corta y pega (por una vez trabajo en un sitio en el que cortar y pegar no significa plagiar). Hoy he vuelto a la escuela y las niñas han podido tocar y leer la primera edición, espero que de muchas, del primer periódico de la escuela Wat Roka de Battambang.