Hasta ahora, hemos podido impartir alguna clase de inglés en las escuelas, echar una pachanga con los pequeños y dar una pequeña formación a los chicos de Agua de Coco sobre comunicación. Obviamente ya sólo el lugar donde nos encontramos dista enormemente de las oficinas, aulas y hogares que acostumbramos a ver en la acelerada Madrid. Pero más allá de las diferencias de infraestructura, si hay algo que se está sembrando en nosotros desde tan pronto, son las personas que nos vamos encontrando por el camino, desde el más pequeño al más grande.
Para poneros en antecedentes, aquí provienen de una cultura donde el trato personal no es cómo lo entendemos en Occidente y a raíz de ello, son todos muy tímidos y bastante reacios al contacto físico. Pero el punto de giro no se ha hecho esperar, y de repente, sin tener la menor noción de que existe esa relación entre vosotros, te llega una muestra de afecto inesperada: una carantoña, una mirada nerviosa que interceptas cuando piensan que no les ves, o un tirón de mano porque quieren enseñarte su más preciado dibujo,… Es entonces cuando sin quererlo ni beberlo, estás completamente involucrado. Cada aula, cada hogar o cada rincón que hemos podido encontrar en la ciudad, alberga algo que nosotros habíamos enterrado tiempo atrás: la curiosidad y la ilusión por las personas que aún no conocemos. Aquí la expresión “no te acerques a extraños” no tiene lugar, no con su hospitalidad.
Si bien todavía son pocas las personas a las que podemos poner nombre y cara en esta aventura, ninguna de ellas ha tenido el menor reparo para incluirnos en su día a día, en su vida o sobretodo, para incluirnos en sus ilusiones. Tal vez sea eso lo que echamos tanto en falta durante el año, cuando la rutina aprieta y las relaciones, sin darnos cuentan, se distancian: esta sincera cercanía.