Una de las clases que ‘impartíamos’ Álvaro y yo era fútbol. Al principio se resumía en llevar balones. El tropel los cogía y se autogestionaban. A veces nos pasaban. Éramos los Españeta de la periferia de Battambang.
Con el paso de las clases y con la ayuda de los educadores sociales de la fundación Agua de Coco conseguimos hacer dinámicas de grupo con cierto orden: rondos (al primer toque, con la pierna no natural, con varios balones…), driblings sobre conos y disparos, carrera pase al pivote y disparo… Para motivados, nosotros. Ni Gene Hackman en Hoosiers. Al final, siempre acabábamos con un partidillo entre los que iban de kraham (rojo) o similares y los que iban de azúl (khiev).
Colores, indumentaria, material, rondos, equipos… lo único que importa es el balón
Se trataba de poner orden al combate de espinillas que ansiaban tentar al balón. Como cuando tiras una miga en un estanque sobrepoblado de carpas. Gana uno, el resto se jeringa. Si es un deporte de equipo “para marcar tienen que haberla tocado al menos todos” -ni caso-.
Bueno, algo de caso sí que hacían: el primer día la mitad iban descalzos y con el uniforme del cole, el segundo día la mayoría llevaban ya deportivas y camisetas de fútbol (entre rojo y azul) –Agua de Coco les proveyó el calzado- y el tercer día… el tercer día la mayoría volvieron a los vaqueros largos con chanclas o descalzos. Y es que para jugar al fútbol, solo se necesita un balón.
Una anécdota que se repitió en varias clases era la de zapatilla en el pie bueno, descalzos en el de apoyo. Solidaridad pura. Dos amigos, uno zurdo y otro diestro, se prestaban el zapato que no urgía. De esta forma el diestro jugaba con su deportiva en su pierna buena y le dejaba la otra al colega zurdo. Si solo contásemos botas hallamos -al ambidiestro perfecto- a nuestro Forlán.
Pero, ¿las camisetas de fútbol de dónde vienen?
Como os decía, las zapatillas las aportó Agua de Coco pero las camisetas deportivas son moda propia. Resultaba divertido ver como en su vestimenta diaria los chicos apostaban por llevar, a más de 30º con humedad aplastante, debajo de la camisa blanca del uniforme, también aportado por la ONG, zamarras de clubes europeos.
Zamarras algunas con alto pedigree de autenticidad; otras eran simbiosis del tipo: escudo del Bayern sobre la elástica del Liverpool y con Zamorano en la espalda.La mercadotecnia llega, la Euro fue ampliamente seguida en los bares de Battambang, pero no su mensaje ni a todos por igual. Al principio, si un chaval llevaba una del Manchester o ‘Zamorano’ llevaba su ecléctica camisola les identificaba por la vestimenta: “Manchester, tú vas con el equipo Kraham” o “Zamorano tienes que jugarla con tus compañeros”. Ellos me miraban, se reían, y ni caso. Pero este “ni caso” es diferente a los anteriores. No pasaban de nosotros porque, como cualquier niño de su edad, quisieran jugar. Pasaban porque no sabían quién es Messi, Neymar, el Madrid o el Bayern.
La mercadotecnia de los clubes europeos llega a Camboya y sus prendas sobrantes también, pero nuestros niños de Battambang no tienen ni idea de quien es Ronaldo, Justin Bieber o Pikachu.
Te encuentras niños con camisetas de Pokémons pero no saben qué son. Ni siquiera saben que con un Smartphone los puedes cazar.
Existe una galaxia entre la Camboya rural y la Camboya urbanita. Aunque solo haya 10 kms un niño de 12 años de la Camboya rural puede no haber estado nunca en su vida en Battambang. Ya en Phnom Penh o en Siem Reap ni te cuento.
Me reitero, estos son nuestros niños. Los de la Fundación Agua de Coco. Los que desconocen qué son los Pokemons, quién es Bale o One Direction pero que sí saben que para jugar al fútbol con que llegue un señor y les ponga un balón basta.
Para los cazadores de Pokémons, siento la venta. Pokémon en un titular es muy SEO-apetecible. Deciros que en Camboya, como en todo el mundo, haberlos, haylos. Ahora, ni en Battambang ni en Angkor Wat la gente va gacha con el Smartphone. Salvo los monjes pocos locales tiene estos terminales y tirar de roaming siendo turista es un sacrilegio. En Phnom Penh la cosa cambia y han tenido que prohibir jugar al Pokémon dentro del museo Tuol Sleng que relata el genocidio camboyano de los Jemeres Rojos. Con lo divertido que es un balón…