Chnety Sominea me cuenta que de los diez goles que su equipo suele marcar en cada encuentro, normalmente, dos son suyos. Empezó con el fútbol a los 11 años y ahora, tres temporadas después, se imagina jugando partidos toda la vida. Lo tiene complicado porque el techo dentro de la liga femenina está en la mayoría de edad. La división más alta para las camboyanas es la Sub-17, y si durante mi visita me quedé sin conocer a más de la mitad del equipo fue porque precisamente esa tarde estaban realizando una prueba para aspirar a jugar con las mayores.
Eran las cinco de la tarde y daba gusto estar al aire libre, había llovido a mediodía y la tormenta se había llevado por delante el ambiente húmedo y cargado que se respiraba por la mañana, pero a cambio el descampado donde las niñas entrenan había quedado embarrado a conciencia.
Las cinco habían pedaleado hasta allí para que las conociera. Improvisaron una portería e hicieron algunos regates, eran pocas y además impares, así que cada vez que una intentaba marcar había que esperar un rato a que recuperase el balón. Nos sobraba campo por todas partes. A ellas les daba la risa cada vez que las apuntaba con la cámara y yo estuve dos veces a punto de patinar y caerme al suelo. Definitivamente, no fue un evento digno de una retransmisión televisiva.
Seguro que alguno se está preguntando qué sentido tiene invertir recursos en una actividad extraescolar, pudiendo dedicar ese dinero a algo más productivo. La respuesta rápida es que mientras están jugando al fútbol no están haciendo cosas peores. En Agua de Coco nos explican que muchos críos desatendidos empiezan a consumir drogas que engañan al hambre (un día al salir de la oficina vi a un niño sentado en un banco aspirando pegamento de una bolsa de plástico) y que en ese estado son víctimas fáciles de uno de los grandes peligros que les acechan en Camboya: las mafias de explotación sexual.
El deporte es una excusa como cualquier otra para fomentar un ocio saludable en un entorno protegido y en Battambang hay cantidad de asociaciones, tanto extranjeras como locales, que ofrecen de manera gratuita talleres de pintura, clases de refuerzo de inglés o cursos para aprender a tocar un instrumento. Sin embargo, que las actividades sean gratuitas no hace que acudan en masa. Muchas familias se oponen a que sus hijos participen en ellas.
Aquí es perfectamente normal encontrar a niños ayudando a sus padres a recolectar arroz en las zonas rurales o a menores despachando en los puestos del mercado de Battambang, he visto a dos críos de cinco años a los que sus padres dejan cada mañana en el parque para que consigan dinero ejerciendo la mendicidad. La edad legal para trabajar en Camboya es 18 años, pero es solo un número en un papel. Sin la ayuda que proporcionan los niños, las familias más pobres no subsisten, pero sin pasar por el instituto a los chicos les será imposible conseguir un trabajo decente que les ayude a escapar de esa espiral de pobreza.
Para conseguir el permiso paterno las asociaciones tienen que negociar con las familias y explicarles lo beneficioso que puede ser para su hijo acudir al colegio o aprender un deporte. Y sobre todo dejar muy claro que no les va a costar ningún dinero. En función de los recursos de la familia y del presupuesto de la ONG, a veces se intenta ofrecer algo a cambio: equipamiento deportivo, ayudas para pagar los estudios, hacerse cargo del almuerzo o del traslado de los niños. Las negociaciones de cada fichaje no se llevan a cabo en ningún despacho, pero son arduas y tienen mucha letra pequeña.
En Camboya los trabajos importantes, las profesiones creativas o los puestos de responsabilidad están reservados a los hombres. El fútbol contribuye a romper estereotipos de género y descubre a las hijas de una generación de amas de casa que existen alternativas. Cuando les pregunto qué opinan de su entrenadora, las cinco responden que les gusta porque es una mujer exigente que las obliga a trabajar duro y dar lo mejor de sí mismas.
La toma de conciencia es un proceso lento en el que los referentes son básicos, y a medida que los padres vean que la hija del vecino, esa que se iba a poner fea y morena por jugar al fútbol, no se ha convertido en una apestada irán cambiando su mentalidad. Ninguna de estas cinco adolescentes menciona a Cristiano Ronaldo ni a Messi: cuando les pregunto a qué futbolista quieren parecerse responden con el nombre de un equipo de fútbol regional que, traducido, viene a significar “las chicas poderosas”. No hay mejor ejemplo que el que tenemos cerca: si esta generación de camboyanas sigue motivada, su esfuerzo y el de las asociaciones que las apoyan podría verse recompensado en unos años con la formación del primer equipo nacional femenino. Eso sí que sería un gol por toda la escuadra.