"Mañana a las 7:30 hay que estar listos para irnos a Diamante Azul". Suena la alarma temprano y de un respingo nos levantamos, una ducha y.. vamos a desayunar algo con calma que la hora peruana va a otro ritmo... Nada de eso, oímos llegar el Jeep que nos llevará a las comunidades más puntual que nunca con lo que le dimos un trago rápido al café y ¡listos! pero... oh! sorpresa! el Jeep va hasta los topes con más gente, "No vamos a caber", las mochilas, el portátil, los huevos, las cámaras... ¿Las gallinas? sí, gallinas... Inocentes españoles... allí todo se puede. Así que tomamos rumbo a Diamante Azul por una carretera llena de piedras y baches. 40 kilómetros en 2 horas, "no pasa nada" (la frase de Julio) la Cumbia de la radio del conductor amenizó todo el trayecto.
Tras ver como nos organizábamos para ir, unas cuantas paradas para ir dejando a la gente en sus comunidades, otras tantas porque el conductor también hace de mensajero... Llegamos a Diamante Azul y damos fe de que su nombre lo merece, es un paraíso. Una comunidad en un enclave prodigioso, entre colinas y el río Unini. Allí nos alojamos en la casa episcopal, montamos nuestras tiendas y vamos directos al río a darnos un chapuzón ya que el calor es asfixiante, allí ya nos empezamos a hacer amigos de los más pequeños que estaban bañándose en el río. A la tarde nos reunimos con el jefe de Diamante Azul y el Padre Rosendo a los que les explicamos lo que vamos a hacer durante estos días.
Los dos siguientes días llevamos a cabo las actividades con los niños en las dos comunidades. Les contamos cuentos occidentales a cambio de que nos escriban cuentos y leyendas de la selva para añadirlos a la posterior publicación en castellano y en su lengua propia, en esta zona su lengua es el Ashéninka. Hacemos bailes, juegos, cantes y la piñata con ellos. En realidad no sabemos quién lo pasa mejor si los pequeños o nosotros viéndoles a ellos. Pepe incluso se anima a jugar con ellos y el padre Rosendo a fútbol. Nos comentaron que eran tímidos y teníamos que darles algo de tiempo para tomar confianzar... ¿Qué?, ¿tímidos?, estaban encantados con nuestra visita. Nuestro hogar esos tres días estaba lleno de vigilantes de pícara sonrisa y ojos brillantes. Los chupetines (chupa-chups) nos duraban poco... no podíamos resistirnos sin darles algo a escondidas. ¡Se las saben todas!

Para ir a Mision Unini, la comunidad vecina, accedemos en peque peque (embarcación de madera) de Dino, un habitante de Diamante azul, que gentilmente se ofrece a llevarnos. El trayecto es espectacular y anecdótico, tuvimos que hacer a pie una parte porque el río estaba muy bajo y la embarcación se chocaba con las piedras.
Llegamos resoplando tras subir una tremenda cuesta bajo el sol abrasador, nuestra recompensa no tardó en asomarse... Muchos niños nos estaban esperando con su sonrisa. De nuevo juegos, piñata, cuentos... El alcalde de la comunidad quiso agradecer nuestra visita regalándonos plátanos y una papaya. ¿Gracias a nosotros? ¡Pasonki a todos ustedes!
Los tres días se nos pasan volando y vivimos como uno más de ellos. Hacemos nuestro fuego para preparar la comida (el sofrito de Laura hay que patentarlo), nos bañamos en la fuente común con miedo de que el agua se cortase con el cuerpo enjabonado (el agua a veces sale y otras no). Los vecinos nos obsequian con coco, plátanos e incluso nos traen una mascota, una mantona (una serpiente constrictor) que Jorge, Pepe y Laura (que ya no tiene miedo a los 'bichos') se atreven a mirar de cerca, Camino sólo hace la foto.
La última noche, mientras los pequeños están sentados en el suelo viendo Spider-man en un cine al aire libre que apañamos con un proyector, los cinco (Jorge, Pepe, Laura, Paula y Camino) nos tumbamos a su lado en el suelo para intentar retener un poquito de selva por todos los sentidos, pero sobre todo para retener en nuestras retinas ese cielo tan espectacular mientras luciérnagas vuelan a nuestro alrededor. Julio nos mira y le animamos a sumarse a nuestro cine de verano. Ya nos echábamos al suelo, en sandalias, de noche, sin un atisbo de luz sólo el de las estrellas y mientras los murciélagos revoloteaban... ¡Toma ya! Nos hemos hecho a la Selva desde luego... Qué sensación, ¿Sabéis como se ven las estrellas?, ¿cómo es el silencio?, ¿y lo que se respira? algo inexplicable, simplemente alucinante!
Con mucha tristeza dejamos estas comunidades y nos dirigimos a Nopoki para lo que serán nuestros últimos días antes de partir a Pucallpa.
Cogemos aire, retenemos todo lo vivido. No hemos soltado aún nada, no nos salen las palabras. Digerir todo esto es más complicado de lo que parece... "Somos unos privilegiados"
