Hoy empiezo a escribir en el coche porque no puedo esperar a llegar.
Alejandro y Diego van detrás, Alejandro se ha dormido, igual que en el avión, qué facilidad tiene, jaja.
Sin embargo, yo soy incapaz de dormir. No quiero cerrar los ojos para no perderme nada.
Nada más salir de Dakar el verde empieza a invadir el paisaje, vemos los primeros baobab -no dejo de acordarme de El Principito- y los árboles de mango.
La carretera atraviesa varios poblados, las cunetas están llenas de puestos de frutas, de gente que sube y baja de los autobuses.
Hay 'boucheries', carnicerías que son pequeños quioscos de venta de carne sin ningún tipo de medio de conservación .
Es duro y bonito a la vez.
Hoy ha amanecido nublado y lloviendo en Dakar y en el camino a veces también llueve y huele a tierra mojada, a veces huele a humo y de pronto a incienso y a gasolina mezclada con polvo del camino.
Es cierto que todos hemos visto fotos y documentales de África pero verlo aquí es otro mundo.
No da tiempo a fotografiar y grabar todo pero os cuento las imágenes que se graban en mi memoria: pasar por encima de un perro grande atropellado en la carretera, ver a los niños pedir en las gasolineras y comer pan mojado en agua con azúcar en pequeños barreños; ver a los niños caminando descalzos, cuando ves que algunos llevan zapatos sientes cierto alivio.
Sorprende ver de pronto una tienda de sillones de cuero burdeos o tiendas de escobas con las que les ves barrer la entrada de la casa que es de tierra roja, sorprenden los colores de la ropa de las mujeres, los colores de los pájaros.
Y aunque vayas todo el rato con el estómago encogido, intentas evitar cualquier signo de tristeza porque ellos no están tristes y siempre sonríen. Es la primera lección y algo que ya sabemos porque todo el mundo que ha venido lo cuenta pero cuando estás aquí lo sientes, y yo espero no olvidarlo.