Que el magnífico poeta Fernando Beltrán nos descubra los secretos de su otra pasión (que no sé si es la misma), la de nombrador, y nos cuente cómo llegó a encontrar esas palabras que han dado nombre a muchas empresas de nuestro país, ya es una razón de peso para comprarse y devorar este libro, pero es que además Fernando vierte muchas más cosas en él.
Y que es podríamos decir que este libro es casi un libro de memorias (cada libro lo es en realidad). Memoria de cómo le cambió la vida una entrevista en El País, al día siguiente de la defensa de su impresionante poemario “El corazón no muere” en la Biblioteca del Reina Sofía (Amancio Prada cantaba y todos llorábamos). Memoria de cómo descubrió “Cien años de soledad” y Macondo, el lugar donde las cosas aun no tenían nombre y había que señalarlas con el dedo. Memoria de las tardes lluviosas de Oviedo y de las palabras que designan la lluvia. Memoria de los comienzos, de las apuestas, de las novelas, escritas y leídas. Memoria de la emoción, de la poesía, de los descubrimientos.
Por supuesto, también está la historia de los nombres que Fernando Beltrán ha puesto: Amena, Opencor, Faunia, La casa encendida… Y sobre todo la historia de cómo una disciplina como ésta, que solo tenía terminología inglesa para definirla se ha abierto paso en nuestro país. Cómo ha tenido Fernando que remar para conseguirlo y cómo poniendo pasión y amor en las cosas que hace se llega al destino. Porque este libro casi podría ser también un libro de autoayuda, un libro que te anima a levantarte, a pensar, a hacer, a moverte, a sentirte capaz, posible.
Y es que es apasionante como cuenta las negociaciones con las empresas, las dudas, cómo llegó cada idea, de dónde salió, de qué búsqueda, de qué clave. Y en ese sentido “El nombre de las cosas” es un libro técnico, un libro que deberán manejar a partir de ahora las agencias, las empresas, los directores de comunicación, los de marketing, los emprendedores. Enumera el nombrador el Canon del Nombre y los Oficios del Nombrador, casi como una guía.
Lo tiene todo. Yo lo he leído con una emoción extraña, y me ha ido abriendo puertas: me he lanzado a leer a Luis Rosales como me va a llevar a releer una vez más a García Márquez, como me hará mirar cada nombre de cada empresa y pronunciarlo y valorarlo, como me hará pensar en cómo se consiguen las cosas, con qué tenacidad, con qué talento. Lo he leído con envidia. Lo he leído en cuatro horas emocionantes.
Y por debajo, llevándolo todo, el poeta. Qué maravilla.