La novela comienza con la evocación de una infancia feliz, de la lucha contra los miedos propios, y sobre todo de la figura del padre. Son apenas cincuenta páginas de las más de trescientas que tiene la novela, que funcionan como una introducción y que marcan el tono y la voz.
Luego, el padre ingresa en un hospital y siente la necesidad de contar un secreto, algo que le atormenta desde hace años y con lo que no se podrá marchar. Y así, comienza a relatar las razones y a desentrañar el secreto, para que lo comprendamos. Y todo está enfocado hacia ahí. Una novela con objetivo claro. Un punto de vista.
Y por eso es difícil contar el argumento. Para no desvelar el secreto: porque aunque uno empieza a imaginarse lo que va a ocurrir desde un momento determinado, porque es la única solución para la supervivencia, sorprende la forma, el momento, la precisión del relato. Está todo tan bien contado, tan hilado, y es tan preciso, que aun sabiéndolo disfrutas del momento como se disfrutan las escenas que esperas desde hace tiempo.
Es estremecedor el relato de la infancia en un Madrid a punto de entrar en guerra y como cuando ésta estalla se establecen los dos bandos y sobre todo, la diferencia entre el bando de los que se aprovechan, hacen alarde de poder, lo ejercen y lo disfrutan, y los que ven con vergüenza las injusticias, los ajustes de cuentas, el valor de la fuerza como única ley, en un momento en el que se podía trabajar y salir adelante con todo el esfuerzo del mundo, o aprovecharse de los demás y vivir de la rapiña y del poder.
Antonio Izquierdo va contando, mientras sucede el argumento principal, otras historias brillantemente contadas, como el capítulo dedicado a Mariana, la pipera y su carricoche, pero lo que importa es la evolución de los personajes principales, y así, asistiremos a la posguerra, con sus purgas, a los tiempos del estraperlo, a la época de la División Azul, esa época gris donde sobrevivir era una aventura.
Y además conoceremos a Pablo, un personaje lleno de bondad, y a Lucía, en una historia de amor, tan pura y tan limpia como son sus protagonistas. Pero esa bondad se refleja de alguna forma en la escritura, en la forma, porque casi con un tempo antiguo, con un estilo evocador pero que no decae en ningún momento, la novela se lee de un tirón, con placer y deja muy buen sabor. Es también una forma de ajustar cuentas, de hacer justicia, de contar la historia que no debemos cansarnos de escuchar.
Está plagado además de personajes secundarios fantásticos, como Fortun, el amigo de la infancia, tan diferente a Pablo, tan fiel, o la misma Lucía, una mujer excepcional, o la antigua prostituta, Marisol, un personaje redondo, lleno de humanidad, complejo, y su pareja, el poderoso y humano don Antonio. Y un personaje que contiene toda la maldad de esos tiempos terribles, Manuel, lo peor de lo peor.
Yo me lo he pasado de maravilla: me ha emocionado y sobre todo me ha contado una gran historia y lo ha hecho fantásticamente. Creo que es una buena novela.