Y es para todas las edades, porque desde todos los puntos de vista será juzgado el protagonista, Santiago, un hombre apoyado en una moral que se sirve de todo, que no respeta nada, absolutamente descreído con el sistema pero que se aprovecha y vive de él, y que abomina de la solidaridad entendida como una nueva forma de ocio. Los mayores le mirarán con incomprensión; algunos de mediana edad compartiendo conceptos; los más jóvenes de acuerdo a veces y radicalmente en contra en otras. Y es que apunta una idea, que a mí me parece novedosa, que entiende a las ONGs y a los movimientos solidarios que se desarrollan actualmente como una parte más del sistema, que se encarga de limpiar las conciencias del primer mundo, que hace que los ricos se sientan a gusto en la injusticia que sustenta el sistema. Y alrededor de ésta idea no deja títere con cabeza: acusa a las redes sociales de fascistas y defiende que conocer los fallos del sistema no solo no sirve para nada sino que lo alienta, por lo que carga contra los falsos profetas, los falsos revolucionarios y el cinismo en general.
Y todo ello con un lenguaje moderno, en el que utiliza y se sirve de los formatos de los mensajes SMS, del correo electrónico, y hasta de alguna referencia con cita a pie de página en formato de dirección de Internet.
La historia que nos cuenta esta novela arranca cuando Daniel es asesinado y su “amigo” Santiago hereda la clave que hará que se pueda sumergir en un mundo que no entiende, que no le pertenece pero que explora hasta el fondo. “La solidaridad ha fracasado”: esa es la frase que lo desencadena todo: la conciencia de que es verdad, la lucidez que da entenderlo, la revolución que provoca y sus consecuencias.
En ese camino aparece mucha gente joven, que busca, aparece un estilo de vida y de entender la vida muy actual, y que ha fructificado últimamente en movimientos que han llevado a las calles a la gente: movimientos que no se sabe hacia donde van todavía ni dónde llegarán. Por eso también aporta una visión valiosa de la sociedad actual y de sus claves. Y Alberto Olmos no se corta nada para contárnoslo: porno, acción, muerte, drogas, reflexiones brillantes y confusas, preguntas, más que respuestas. Si lo hubiera escrito Houellebecq estaría dando la vuelta al mundo y se hablaría de clarividencia y de ruptura: pero lo ha escrito Alberto Olmos, que a mí me ha maravillado desde la magnífica “A bordo del naufragio” que quedó finalista del Herralde en 1998, y al que hay que seguir, recuperar y leer.
Lectura incómoda pero clarificadora, inquietante, brillante a ratos, con un personaje repugnante las más de las veces pero que realiza un viaje interior importante hasta que descubre el Ejército Enemigo. Un novela que ayuda a entender el mundo, que nos muestra rincones donde se acumula la suciedad, de donde huyen las conciencias.
Una buena experiencia.