Baja en calorías pero muy rica en nutrientes, es una de las frutas más antioxidantes que existen, debido a su elevado contenido en unas sustancias químicas protectoras llamadas polifenoles. Tiene gran capacidad de captación de radicales libres (moléculas producidas por nuestro propio organismo y que aumentan especialmente con el estrés, el deporte y la sobrealimentación) y por lo tanto previenen el envejecimiento prematuro y ciertos tipos de tumores. Rica en otros antioxidantes como el ácido málico o los flavonoides, posee taninos capaces de reducir la inflamación en nuestro organismo. Se sabe que previene la anemia ferropénica porque permite absorber mejor el hierro de nuestra dieta gracias a su contenido en vitamina C, protege nuestras articulaciones y es capaz de cuidar nuestro hígado y riñón sin olvidar sus beneficios sobre nuestro sistema cardiovascular (previene la arteriosclerosis). Se sabe que además previenen el envejecimiento de la piel debido a la radiación solar.
El CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas) sugiere en sus estudios que hay evidencias suficientes para pensar que sus compuestos, de forma conjunta ejercen una acción biológica muy beneficiosa, que seguro que dará mucho que hablar en los próximos años. Eso sí, hay que consumirla fresca a ser posible y si se exprime en zumo beberla al momento.
Mi receta preferida: ensalada de escarola, queso fresco, granada bien rojita, cebolla morada, y canónigos, aliñada con aceite de oliva virgen extra, una pizca de orégano, mucho limón y nada de sal.
Espero haceros fans de esta fruta, si la hacéis hueco en vuestra nevera para que se conserve mejor, lo notaréis por dentro y por fuera aprovechad que en enero se acaba su temporada.