El nombre evoca la estación invernal, parte de su decoración también. Pero más que por el encanto de un restaurante de montaña, que no es su intención, Aspen merece la visita por su comida.Nos sugirieron varios de sus platos de referencia: unos chipironcitos fritos que apuntaban su buena calidad en el precio que por ellos se pide, una minitortilla cuyas patatas estaban un punto crudas, una hamburguesa correcta (no habrá restaurante que se resista a incluir en su carta este plato cuya presencia tan repetida que puede llegar a cansar como en su día ocurrió al pastel de cabracho, las endibias, la reducción de Pedro Ximénez o el foie como acompañamiento) y un buen steak tartar de solomillo y picado a cuchillo.

De postre una magnífica tarta de manzana que merecería ser custodiada como una joya. Perfecta en su grosor y acertado en su acompañamiento: helado de vainilla y macadamia. Nos faltó un prometedor guiso de pulpo y una alcachofas con almejas. Será en otra ocasión. Del éxito de su cocina (Nicolas Le Brière es su jefe) dan fe sus mesas (Rafal Pulid en el jefe de sala), llenas un martes al mediodía. Buena comida. Buen refugio.
