La expectación era máxima. La Cruz del Cóndor es el mirador más popular del valle del Colca. Delante de nosotros, una enorme brecha en la tierra rocosa. Imposible ver el fondo sin jugarte el tipo. En este punto, el cañón del Colca tiene unos 1300 metros de profundidad. Eso según la web oficial (www.colcaperu.gob.pe/). La pared que tenemos enfrente, al otro lado del cañón, alcanza los 3200 metros. En lo alto brilla la nieve. Pero la atención de todos se centraba en ellos, en el momento en que desde las profundidades aparecería el cóndor, la espectacular ave que reina en los Andes.
El día anterior habíamos salido de Arequipa. En la ciudad blanca, la del monasterio de Santa Catalina, la de la Plaza de Armas y su catedral afectada por los terremotos, la de la momia Juanita muerta hace 500 años y encontrada hace apenas 20 perfectamente conservada entre el hielo andino, allí, en una agencia de Arequipa habíamos contratado nuestra excursión de un par de días al valle del Colca. Un coche, un conductor y un guía con la promesa de alejarnos de los grupos multitudinarios de turistas.

La carretera que lleva de Arequipa hacia el valle del Colca es ya, de por sí, toda una experiencia. Al otro lado de la ventanilla aparecen paisajes extremos, áridos e infinitos. De los 2300 metros sobre el nivel del mar de Arequipa, llegamos a un máximo de 4.850 metros de altitud en el Mirador de los Volcanes. Estamos en la Reserva Natural de Salinas y Aguada Blanca. Antes habremos parado para tomar un mate de coca con el que prevenir posibles efectos del mal de altura. A lo lejos, las perfectas figuras triangulares de tres volcanes, entre ellos el Nevado Mismi, el origen más lejano del Amazonas.

A esta altitud no crecen los árboles y apenas hay vegetación. Sí vemos algunos grupos de vicuñas, un camélido pariente de la llama. Los pueblos, escasos, son pequeños y agrestes. Las iglesias mezclan el barroco español con las llamativas decoraciones de las comunidades indígenas. Vamos bajando progresivamente para entrar en el Valle del Colca. Cuando en 1535 llegaron aquí los españoles no le dieron muchas vueltas al nombre de un valle habitado por los Collaguas y los Cabanas. Del comienzo de esos nombres salió Col-ca.

Sabemos que estamos ya en el valle del Colca cuando ante nuestra mirada aparecen inmensas laderas convertidas en terrazas para la agricultura desde tiempos anteriores incluso a los incas. Paseamos prácticamente en solitario por el recinto arqueológico inca de Uyo-Uyo. Y llegamos al mirador de la Cruz del Cóndor. Lo hacemos por la tarde. Apenas hay gente. Y ahí están ellos, los cóndores, volando sin apenas esfuerzo, con sus más de tres metros de envergadura de un extremo a otro de sus alas. Estamos en la pared sur del cañón del Colca y los cóndores están volando a la altura de las nieves que hay en lo alto de la pared norte.

Antes mencionaba la profundidad del cañón del Colca en el punto en el que nos encontramos. El cañón tiene 120 kilómetros de longitud, erosionados por el viento y las aguas del Colca. La zona de la Cruz del Cóndor, de 20 kilómetros, es la más fácilmente accesible. Hay otros puntos del cañón, mucho más espectaculares y para los que hace falta una gran preparación para recorrerlos.
No hay unanimidad sobre la altura del cañón. La última medición, realizada en 2005, señala que en algunos puntos alcanza los 4160 metros de profundidad en la pared norte y 3600 metros en la sur. Esto lo convertiría en el segundo cañón más profundo del mundo. Otras mediciones lo sitúan en la cuarta posición, por detrás del cercano cañón del Cotahuasi, también en Perú, a 200 kilómetros del Colca.

Los grupos grandes de visitantes suelen hacer noche en Chivay, en la entrada del valle. Nosotros dormimos en Cabanaconde, mucho más pequeño, más tranquilo y más auténtico. Está al final del valle, a 3300 metros de altitud, muy cerca de la Cruz del Cóndor y de otros caminos que permiten pasear por el borde del cañón y contemplar sus paisajes a primera hora de la mañana. Además, eso nos permite llegar los primeros al día siguiente al mirador y situarnos en los mejores lugares.

Y ahí estamos, a las ocho de la mañana, asomados al vacío, esperando contemplar cómo desde la oscura profundidad del cañón aparezca el cóndor. Los primeros rayos de sol que entran en el cañón calientan el aire y es entonces cuando el cóndor aprovecha las corrientes cálidas ascendentes para elevarse sin dificultad pese a su tamaño y peso. A las 8.40 de la mañana aparecen los primeros. Tras él surgirán docenas más que salen de sus refugios en la roca y ascienden varios miles de metros. Una vez en lo alto, planeando, podrán recorrer docenas de kilómetros sin apenas batir sus alas. El espectáculo no decepciona.

Abandonamos el abarrotado mirador de la Cruz del Cóndor y caminamos en solitario hasta otro mirador, el de la Cruz del Cura, por el borde del acantilado, con los cóndores volando bajo sobre nosotros. Una sonrisa se dibuja en nuestros los labios tras haber sido testigos de aquello que nos trajo hasta el Valle del Colca, el elegante vuelo del cóndor.
DATOS PRÁCTICOS PARA EL VIAJE: Cualquier agencia de viajes de Arequipa (hay unas cuantas en la céntrica calle Jerusalén) ofrece excursiones al valle del Colca. Nosotros elegimos Pablo Tour (www.pablotour.com/esp/) por las buenas referencias que hemos leído. Ofrece diferentes opciones, aunque básicamente son viajes de dos días con pequeñas caminatas o de tres días incluyendo un trekking de bajada y subida del cañón, con una noche de acampada.

En nuestro caso, hace ya algunos años, nos costó 240 dólares por persona: coche, conductor, guía, pensión completa, alojamiento de una noche, entradas... El viaje era sólo para nosotros dos, a medida y con muy buenas explicaciones de nuestro guía, originario del valle. Dormimos en el hotel Kuntur Wassi, en Cabanaconde. Una opción para ganar tiempo es, al terminar la visita, no regresar a Arequipa. Nuestro conductor nos dejó Chivay para enlazar con un autobús que nos llevó a Puno para visitar en los días siguientes el lago Titicaca.