Son las cinco y media de la mañana. Ya ha amanecido en Luang Prabang. No hay coches por las calles del centro histórico. Sólo algunos vecinos, mujeres sobre todo, que esperan sentados en el suelo. El silencio y la tenue claridad de los primeros minutos del día dan un aspecto irreal a las calles vacías con casas de sólo dos alturas. El vivo color naranja de las túnicas de los monjes que aparecen por una esquina indican que la ceremonia ha comenzado.

Es el Binthabat. Docenas de monjes de la ciudad de los mil templos recorren las calles en silencio. En filas de uno, descalzos, llevan en sus manos unos cuencos para recoger las ofrendas en forma de comida de sus fieles: arroz, en la mayoría de los casos, también fruta. El caminar de los religiosos apenas se detiene, reciben las dádivas, siguen caminando y desaparecen por otra esquina. Nadie cruza una sola palabra con nadie. Y así todas las mañanas, a la hora del amanecer de todos los días del año.
Camino desde la calle Sisavangvong, la principal del centro histórico, hacia el río Mekong para regresar al hotel y seguir durmiendo mientras la ciudad comienza ya a desperezarse. En una de las pequeñas calles que cruzo, a un paso del antiguo Palacio Real, uno de los mercados matinales de Luang Prabang está ya en plena actividad. Sus puestos callejeros muestran la mercancía: frescos pescados recién traídos del río, frutas, varios tipos de arroz, el alimento base de este país del sureste asiático... La vida aquí, como en todas las ciudades del trópico, comienza temprano.

Hasta 1989 Laos permaneció cerrado al turismo. Hoy es uno de los destinos de la zona más apreciados por quienes buscan lugares con una cierta autenticidad, aunque gran parte de la economía local gire ya en torno al maná de los visitantes extranjeros. La península formada por la unión de los ríos Mekong y Nam Khan es el centro histórico de Luang Prabang. Con su mezcla de templos budistas y arquitectura colonial francesa, fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1995.

La ciudad no tiene mil templos, como dice su apodo, pero sí medio centenar, espléndidamente conservados. Templos que no son sólo piezas de arte para visitas de los turistas, sino en gran medida centros sociales vertebradores de la vida de sus habitantes. Es fácil contemplar en ellos ceremonias religiosas, momentos para el rezo, fieles recibiendo la bendición de los religiosos o, simplemente, monjes deseosos de charlar con los viajeros y escuchar retazos de la vida en otros países, vivencias que nos les enseñan en su formación religiosa.

El Wat Xiengthong es, quizá, uno de los templos más interesantes. Construido hace casi cinco siglos, en 1560, es un amplio recinto con varias construcciones en las que destaca la decoración de sus paredes. Como permaneció durante gran parte de su historia bajo tutela de la antigua monarquía laosiana, aquí se guarda una carroza fúnebre real y también varias urnas funerarias de los miembros de la familia regia. Es sólo uno de los muchos templos que el viajero puede encontrar paseando por las calles de Luang Prabang. Cualquiera de ellos puede depararle muchas sorpresas.
Porque Luang Prabang es una ciudad que invita al paseo sin rumbo, a caminar relajadamente bajo el sofocante calor tropical, a esperar que pare la lluvia mientras tomas un jugo natural de frutas o una Beer Lao en cualquiera de sus muchas terrazas. Aquí se han conservado muchas casas de la época colonial francesa, convertidas ahora en pequeños hoteles, en galerías de arte o en restaurantes. Junto a algunos de estos edificios sus propietarios han aparcado coches de aquellos años para darle una ambientación completa al lugar. Incluso puedes cruzarte con algún jeep de los años de la guerra del vecino Vietnam que tanto afectó a Laos.

Visitar el antiguo Palacio Real, donde pueden verse las habitaciones y los salones en los que hacía su vida la familia real de Luang Prabang hasta ser destronados en 1975; subir los cien metros del monte Phu Si, preferiblemente al atardecer, para ver la ciudad desde lo alto y el sol ocultándose tras las colinas de la otra orilla del Mekong; o pasear por la orilla de este río de intensa actividad, espina dorsal del sureste asiático... Es mucho lo que se puede hacer en esta ciudad hasta la caída del sol.
Porque una vez llegada la noche, acabo el día como lo empecé, en un mercado, pero muy diferente del que visité por la mañana. El mercado nocturno de Luang Prabang es uno de los más conocidos de esta zona del mundo. Ocupa gran parte de su calle principal, Sisavangvong, y aquí puede comprarse de todo: telas, artesanía, plata, lámparas, cuadernos artesanales... También comida de los puestos callejeros y refrescantes zumos de frutas. Todo sin agobios, sin demasiados compradores y en una atmósfera relajada en la que da pereza incluso regatear.

El mercado nocturno realmente comienza a instalarse al atardecer y en torno a los once de la noche ya empieza a desaparecer. Porque Luang Prabang no es ciudad para noctámbulos. Es otra prueba de su autenticidad.
COMO LLEGAR: Luang Prabang dispone de un aeropuerto internacional. Hasta allí llegan vuelos directos desde Bangkok, con Lao Airlines y Bangkok Airways. También Vietnam Airlines conecta directamente la ciudad con Hanoi, en Vietnam, o Siem Reap, en Camboya. Desde Madrid hay varios vuelos directos a la semana a Bangkok con Thai Airways.