Un 5 de junio de hace 50 años tres balas de pequeño calibre acababan con la vida de Robert F. Kennedy en un hotel de Los Ángeles. El senador norteamericano y candidato a la presidencia moría 26 horas después. Su cuerpo fue enterrado en el otro extremo del país, en Washington, en el cementerio nacional de Arlington. Su tumba ocupa un lugar discreto junto a la de su hermano, el también asesinado presidente John F. Kennedy.
El cementerio de Arlington es un lugar inmenso y de una sobrecogedora belleza. Más de 300.000 tumbas guardan los cuerpos de militares muertos desde la guerra de independencia del siglo XVIII hasta los más recientes conflictos bélicos de Oriente Medio. Un inmenso mar de lápidas blancas, perfectamente alineadas sobre un césped siempre verde.

Un minibús permite recorrer el cementerio y descender en los lugares que desees. Nadie evita detenerse en una pequeña colina con cinco tumbas. Aquí arde desde 1963 una llama de forma permanente. La encendió Jacqueline Kennedy el día en que enterraron a su marido, el presidente John F. Kennedy, asesinado hace 55 años en Dallas. En su lápida sólo figura su nombre y los años de nacimiento y muerte. Nada más. Al lado, las tumbas de Jackie Kennedy y de dos de los hijos del matrimonio. A unos metros, sobre el césped, la de Robert F. Kennedy. En lo alto de la colina una bandera de Estados Unidos, permanentemente a media hasta.

La tumba de los Kennedy es lugar de parada obligada para cualquier norteamericano que visita el cementerio. También la tumba al soldado desconocido. Sobre todo por la vistosa ceremonia de cambio de guardia que se hace cada media hora de marzo a septiembre y cada hora desde octubre a febrero. La tumba, situada también en una colina con espectaculares vistas, acoge restos de soldados sin identificar de las dos guerras mundiales y de las de Corea y Vietnam. Los entierros en Arlington se producen a diario. No sólo reposan aquí militares muertos en combate, cualquier veterano puede ser inhumado aquí.

La turbulenta década de los sesenta en Estados Unidos dejó un magnicidio más. Hace 50 años, en 1968, un francotirador asesinó de un sólo disparo en la cabeza a Martin Luther King. Ocurrió en un motel de Memphis y el crimen nunca ha sido del todo aclarado. El reverendo, líder de la lucha por los derechos civiles y contra la segregación racial, es ahora el único afroamericano y el único no presidente que es recordado con un memorial en el Mall de Washington.

Inaugurado en agosto de 2011, el Martin Luther King Jr. National Memorial mira al río Potomac desde la zona más emblemática de Washington. Es un enorme busto de nueve metros de Luther King como desgajado de dos enormes bloques de granito y una leyenda: "Fuera de la montaña de la desesperación, una piedra de esperanza". Un muro de 140 metros recoge algunas citas de sermones y discursos de King. El lugar es un remanso de paz con vistas al Jefferson Memorial, del que lo separa una gran lengua de agua del Potomac. Un agente del Servicio de Parques Nacionales de Estados Unidos obliga incluso a quienes van en bicicleta a apearse y cruzar el lugar caminando.

Luther King pronunció su famoso "I have a dream", su "Yo tengo un sueño", muy cerca de aquí, en la espectacular escalinata del Lincoln Memorial, otro monumento a otro presidente asesinado. Allí, en una de las losas del suelo está esculpida esa frase en el lugar desde donde lanzó ese discurso en 1963. Detrás suyo estaba la estatua del presidente Abraham Lincoln, asesinado en 1865 de un disparo en un teatro de Washington en los momento finales de la Guerra de Secesión.

El Lincoln Memorial es un edificio de piedra caliza y mármol siguiendo la estética de un templo griego. Fue inaugurado en 1922 y cierra por el lado occidental en National Mall de Washington. Es una de las imágenes emblemáticas de la capital norteamericana, figura en el reverso de los billetes de cinco dólares y es uno de los lugares más visitados de Washington. Por la trascendencia del personaje y, sobre todo, por las espectaculares vistas desde su escalinata. Sentarse aquí al atardecer, ante el inmenso estanque del Mall, mirando hacia el obelisco a George Washington y con el Capitolio al fondo, es una escena que nadie que visite Washington debería perderse.